Lóbulo
El lóbulo de la oreja izquierda se recalienta contra el auricular, amortigua con su blanda estructura las conversaciones paranoicas que Sofía, de manera imaginaria o real, sostiene con su otro-masculino. No sabemos de ese otro más que por la forma en que rebota en las concavidades mentales de la protagonista. Desde ese juego de ecos aleatorios podemos adivinar de Ese otro sus consejos imperativos que el lóbulo de Sofía procesa a su modo: blandiendo su blandura. Ni siquiera sabemos si el teléfono ha sonado de verdad o si es sólo un hito en el itinerario psicótico de esta mujer loca que puebla las páginas de la novela de Eugenia Prado. No sabemos cuánto efectivamente transita por el insomnio de Sofía, y hasta qué punto el insomnio mismo, cristalizador de fantasmas, no es también un fantasma más, otro nudo en la correa del látigo del amo (Kafka). Pero todo empieza y termina en ese insomnio donde se van haciendo más tenues los límites entre la memoria y su reproyección. Contra las distinciones claras, estas horas impías que yacen fuera del ciclo natural del mundo, estos fantasmas sudan frío y sordamente hierven. Al menos para Sofía, cuya cabeza divaga entre la suavidad y el desvelo.
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