Jugar a la guerra

En Jugar a la guerra, Nicolás Meneses parece abrir su caja de herramientas, sus materiales de construcción y los circuitos de su ficción: el devenir de la infancia y juventud en los extrarradios de la capital, los oficios asumidos y el encuentro con la literatura. Pero su relato no idealiza ni cuestiona desde el presente, sino que evoca con ternura y humor un tiempo ido, como quien cuenta sin artificios la vivencia, el recuerdo desprendido, el registro fugaz de la existencia que habita en la escritura.
Como en un viejo VHS transcurren estas crónicas en las que queda fijada la mirada de quien todo lo absorbe: una película de guerra, los videojuegos, el fútbol, los días escolares, los amigos, el animé y un accidente por exceso de entusiasmo como epifanías de un pasado que no pasa, que perdura, que queda grabado en un lugar íntimo del cuerpo que lo evoca, y son también las señas de una identidad social e individual.