Analecta

Analecta es uno de los escasos volúmenes de su colosal conjunto de cuadernos –escritos sostenidamente a primera hora del día durante cincuenta años– que Paul Valéry dio a conocer en vida. Por sus páginas discurren aforismos e intuiciones, consideraciones acerca de la naturaleza del cuerpo, el espacio y la conciencia, reflexiones sobre las sensaciones, el sueño y la música, y luminosos apuntes en torno al lenguaje, el arte y la ciencia; pero ante todo dejan al descubierto la experiencia interior de la mente, los hábitos de la imaginación, los entrelazamientos de la razón y la irracionalidad que constituyen la vida creativa. Vemos aquí a Valéry en una faceta que escapa por completo a dramas cotidianos o sentimentalismos: su intimidad es el despliegue atento y sorprendente de un espíritu en constante autoobservación. «La tensión es sin duda la impresión dominante en la presencia corporal de Valéry, así como la expresión de su cabeza, cuyos ojos hundidos nos indican un alejamiento respecto de las imágenes terrenas que, de acuerdo con ellas, le permiten marcar el rumbo propio de su vida interior, como se marca el rumbo de los navíos de acuerdo a las imágenes de las estrellas. La soledad es la noche desde la que esas imágenes relucen, de la cual posee Valéry una gran experiencia». – Walter Benjamin «Paul Valéry nos deja el símbolo de un hombre infinitamente sensible a todo hecho y para el cual todo hecho es un estímulo que puede suscitar una infinita serie de pensamientos. De un hombre que trasciende los rasgos diferenciales del yo y de quien podemos decir, como William Hazlitt de Shakespeare: He is nothing in himself. De un hombre cuyos admirables textos no agotan, ni siquiera definen, sus omnímodas posibilidades. De un hombre que en un siglo que adora los caóticos ídolos de la sangre, de la tierra y de la pasión, prefirió siempre los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden». – Jorge Luis Borges «Yo tengo por Valery la más cabal y subida admiración en cuanto a capacidad intelectual y a una fineza tan extremada, que tal vez nadie posee en Europa, es decir, en el mundo». – Gabriela Mistral