Comenzado cuando Benjamin conoce y se enamora de la revolucionaria letona Asja Lacis, a quien va dedicado, Calle de sentido único es un texto que inaugura una nueva forma de hacer literatura y de pensar la estética. Antes que una simple recopilación de clarividentes aforismos (sobre la realidad política de una Alemania de Weimar que hoy resuena siniestramente familiar o acerca de una sutil psicología del amor), este libro es un mapa urbano ordenado según la lógica de los escaparates de una galería comercial. La voluntad de Benjamin era, en palabras de su amigo Theodor Adorno, «contemplar todos los objetos tan de cerca como le fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y le entregaran su secreto». Y este secreto nos habla tanto de nuestra manera de relacionarnos con las cosas de la vida cotidiana como de los sueños que proyectamos sobre ellas: en los paisajes dibujados en los sellos y los billetes, en la fe del madrugador o en la experiencia de la infancia como la de un tiempo proyectado hacia el futuro.
Benjamin encontró en Calle de sentido único una escritura que se emancipa del pretencioso «gesto universal del libro» y apuesta por un nuevo modo de entender lo estético en folletos y carteles, en archivos y catálogos, en la resistencia a desaparecer del efímero tiempo de la vida. Desde su publicación en 1928, su influencia no ha dejado de crecer.
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