Desaparecer
Fernando recuerda a Claudia y aparece Loreto. Fernando sigue recordando a Claudia y aparece Eugenia, una tarotista y Carlos, un músico popular. Fernando asimila su nostalgia a una casa que se derrumba: la casa familiar no existe porque Santiago es el reflejo de una pérdida, porque en medio de los monumentales edificios y las grúas, en medio de la vorágine de la vida moderna, en Santiago nada persiste y se irá borrando todo indicio de pasado. Porque Santiago y, por extensión, Chile, es como la casa de Usher: condenada, multiplicándose en su condena, arañándose, inexorable‚Ķ para ser, finalmente, un montón de escombros. Porque en Santiago todo desaparece así como Claudia que también lo hace. Y repetirlo es negar su aparición. Porque Claudia ya no estará cuando Fernando se levante por la mañana y juzgue el día por el encanto del último mensaje recibido, ya no permanecerá en los poemas que prolijamente se amontonan en el escritorio. Son huellas que se agolpan en el crisol de los recuerdos. Y qué más queda sino la nostalgia, como una gran porción de noche en medio del día.
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