Entre chacras, bares, clubes deportivos, escuelas, cines, iglesias, trenes, poblaciones e industrias, el autor de la novela «Donde toman los guapos en Damajuana» asume la tarea de construir un texto en donde personajes anónimos pasan a ser los protagonistas de la historia.
Historias de niños y niñas como La Pancha Chica, el Pelao, el Nelson Mora y Antonieta. De hombres y mujeres como Cintia, Miguel, Manuela, Javiera y Rafael. Historias en que a veces aparecen nombres reconocibles como Lily Garafulic, Violeta Parra, Marty Palacios o Tony Caluga. Todos ellos protagonistas de una historia que se construye desde un lugar donde por lo general no se cuenta. Como dice el autor:
«… en las calles se hablaba de que la historia se construía acá mismo, no en las oficinas del centro, no en “las casitas del barrio alto” como cantaba Víctor Jara, sino en los barrios, las industrias, las escuelas y poblaciones. Eso lo venía aprendiendo hace un rato en el club deportivo».
Situándose siempre en el límite entre el dato histórico y la anécdota, el autor nos traslada a un barrio -su barrio- y nos permite conocer a personas unidas en torno al amor, la lucha, la familia, el peluseo, la diversión y la organización.
Comenzando el frío junio de 1971, el libro nos encamina por las calles y escuelas cercanas a San Pablo con Matucana. Luego nos lleva al período 1842-1893, para contarnos la historia de franceses que con su acento y sus formas se instalan en el sector poniente de Santiago. Tras ello, nos trasladamos a industrias y canchas de baby fútbol en los tiempos previos al golpe de Estado de 1973 y se culmina en el Chile que antecede al Frente Popular, entre 1935 y 1937.
Yendo adelante y atrás, el autor se mueve entre más de 170 años de historia. El resultado es un libro en torno a una clase popular que lucha, se establece y pasa a ser sujeto de su tiempo y de su territorio. Es en la calle donde se desarrolla, en ese lugar donde por excelencia transcurre la vida.
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