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El príncipe
Con El príncipe hay una confusión común a todas las obras literarias que se convierten en clásicas, y quizás quien mejor la ha expresado es Gramsci: «Ya son dos, a veces hasta tres maquiavelismos: el de Maquiavelo, el de los maquiavelistas, y el de los antimaquiavelistas; pero hay todavía un cuarto Maquiavelo: el de aquellos que jamás han leído una línea de Maquiavelo y que utilizan disparatadamente los verbos, los sustantivos, y los adjetivos derivados de su nombre».
Así, El príncipe, además de inaugurar el pensamiento político moderno y fundar la ciencia política basada en el estudio de la naturaleza del ser humano, tiene la estatura que pocas obras logran: que de ellas surja un término que forma parte de nuestro léxico común sin que necesariamente su significado remita a la expresión original, en este caso al concepto de cómo realmente funciona la política y se ejerce el poder y administra lo real.
La lectura de El príncipe puede iluminar como pocas obras nuestro momento actual cuando pareciera que todo lo sólido ya se desvaneció en el aire y el esquema ideológico surgido en los siglos XVIII y XIX ha colapsado. Maquiavelo escribe desde un momento también de gran incertidumbre, cuando un mundo nuevo, la Edad Moderna, dejaba atrás al Renacimiento, y nuevas formas de organización e intercambio afectaban toda la arquitectura en que descansaba la sociedad.
En esta condición radica la novedad de El príncipe, dice José Antonio Viera-Gallo, traductor y prologuista de esta edición, ya que «algo inesperado se destapa ante nuestros ojos al recorrer sus páginas: nos introducimos en los vericuetos del poder en el Renacimiento, con sus luces y sus sombras, que evocan lo que actualmente ocurre en los espacios donde reside el gobierno, aunque se haya transformado y dispersado. Nunca afirmó explícitamente Maquiavelo que el fin justificara los medios, pero puso énfasis en que la política se mide no por las buenas intenciones de sus protagonistas, sino por sus resultados, y que suele suceder que cuando estos son positivos los ciudadanos exculpen no solo errores y deficiencias, sino incluso abusos en el ejercicio del poder».
Esta aproximación de Viera-Gallo a la traducción de El príncipe desde su vasta experiencia política tiene un mérito adicional al hacernos accesible el pensamiento de Maquiavelo, ya que al hacerlo desde nuestra propia experiencia histórica, la reinterpreta.
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