La conversación sinuosa, la risa a saltos, el olor del té en hojas; el pan bien tostado en la cocina antigua, blanca, de cuatro platos; los huevos revueltos en su departamento del Parque Forestal, la ampolleta añosa, de pocos watts de voltaje, colgada de una lámpara porque la instalada en el cielo ya no funciona. Pleno centro de Santiago, septiembre del año 2014. De pronto me pregunta como afirmación: “podrías escribir sobre las mujeres en mis crónicas, Gigi, como lo que hicimos con “Cristal tu corazón”, la obra de teatro”. Me habla su deseo: que las mujeres de sus crónicas tengan un relieve diseñado desde otra mano, una lectura cercana, cómplice, desde la política de los afectos feminista. Me quedo pensando en su anhelo ahora que solo reverberan sus palabras como eco inacabable. Deseaba una lectura teñida de una complicidad como la insinuada en la obra de teatro que habían montado con Claudia Pérez, Liliana García, Coca Rudolphy y Tatiana Molina, el año 2008. Le dije que sí, que podría ser, sin mucho entusiasmo. Luego hablamos de otra cosa. Mi anhelo en ese tiempo era acompañarlo, escucharlo y contarle. Estar con él, disfrutar su compañía enferma, dolida, en movimiento incesante. Su propuesta me dejó un buen sabor en la boca. Sabía que lo haría. Llegó el momento. Acepté desde su deseo. Su voz resuena, como canción que nunca calla en este escrito para él, dedicado a nuestra complicidad y al deseo interminable de crear en revuelta.
En carne y hueso Mujeres en crónicas de Pedro Lemebel
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