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Inclinaciones. Críticas de la rectitud
Con la tesis de una congénita y originaria inclinación al mal estamos, sin embargo, en presencia de un caso extremo y, por así decirlo, totalizante que se sale estrepitosamente del cuadro crítico habitual. La filosofía, normalmente, evita reconducir el Íntegro sistema de las inclinaciones humanas a un origen único que es a su vez un destino. Se limita sobre todo a denunciar el efecto más o menos devastador de algunas de ellas, in primis de las inclinaciones inherentes a la esfera sexual, y comúnmente no intenta establecer un mapa completo al respecto. Por estar caracterizado por ciertas constantes, el cuadro está fundamentalmente abierto a numerosas variantes: según la época y el contexto, algunas inclinaciones -a veces tenidas por naturales, otras por socialmente adquiridas, otras provenientes de perversiones- preocupan más que otras. Lo cual, respecto a un reconocimiento puntual del problema, es algo muy genérico, pero ofrece por lo menos la oportunidad de señalar otro dato general del cual los diccionarios dan cuenta. No todos los fenómenos que la lengua rubrica bajo el sentido figurado del término “inclinación” suscitan el interés de la filosofía. Al contrario, un gran número de dichos fenómenos permanecen constantemente al margen de la turbulencia especulativa y reciben escasa atención de los filósofos. Si es cierto que, en el léxico de la tradición moral, el concepto de inclinación señala un área de fenómenos bastante alarmantes, es al mismo tiempo cierto que, en el uso lingüístico ordinario, al cual también recurren los filósofos, el término aparece usualmente con un significado inocuo o banal que, en cambio, no parece espantar a nadie.
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