Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822) no llegó a entrar con honores en las páginas de oro de la historia de la música, tal como anheló toda su vida; a cambio, su nombre ha quedado grabado para siempre, con letras de un extraño fulgor, en el libro de oro de la literatura universal y su recuerdo quedará asociado en la memoria del lector con el sabor agridulce de la fantasía, la alucinación, la pesadilla, la locura y, en definitiva, con el rico universo de lo siniestro y lo numinoso.
Animado por la lectura y el éxito de El Monje de M.G. Lewis, Hoffmann madura la idea de Los elixires del diablo, para poner sobre el papel en poco más de un mes -en una suerte de trance al borde de la locura- la espeluznante historia, contada en primera persona, de la vida del monje Medardo, que viene al mundo marcado por el estigma de una simiente maldita, cuyo origen se remonta a un horrible e inconfesable crimen cometido por uno de sus antepasados. Pero, a pesar de que su atormentada conciencia le conduce poco a poco hacia el laberinto de la locura, su futuro no está totalmente sellado, ya que siempre queda un resquicio de libertad que, con ayuda de la gracia divina, le permite luchar para alcanzar su salvación.
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