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No soy yo
A contracorriente de quienes alardean de su pureza, de los moralistas de última hora, Luis López-Aliaga deshilvana sus recuerdos para tejer un relato que se interroga sobre los vapuleados años 90—época de su formación y aprendizaje literario—, marcados por acomodos, transacciones, éxito económico y silencio, sobre todo silencio. En estas páginas hay sueños no tan distintos de los de hoy: hacer carrera, “hacerla”, y para eso estar en el taller selecto, ir a la fiesta indicada, colaborar en los suplementos literarios del establishment, publicar en las grandes editoriales y, bueno, como en la literatura nunca hay mucho dinero, lanzarse a escribir teleseries.
No soy yo es un relato personal y social, que a ratos adquiere el tono de un ajuste de cuentas con su generación, mientras que en otros transmite alegría, belleza y afecto. La madeja de recuerdos de López-Aliaga está hecha de promesas, excesos, lecturas (desde Virginia Woolf y Emil Cioran hasta Mario Levrero y Hebe Uhart) y vidas, muchas vidas con las que se ha cruzado y que ahora acompañan a este narrador que se ha propuesto no olvidar, porque sabe que el pasado y el presente se necesitan, ninguno tiene sentido por sí solo.<br>
Ese pasado le sirve para cuestionar nuestro presente y los lazos que perduran y que, en el campo literario, han querido camuflarse bajo una cierta ética fundacional. Este libro hace suyas las palabras de Pierre Bourdieu: si hay un campo, hay una batalla. Y si hay una batalla, hay caídos; cuerpos convertidos en residuos, tierra fértil sobre la que pasan, desaprensivos, los nuevos combatientes.
Es, de este modo, una invitación a discutir, a quebrar la literalidad tediosa del presente. “Hablar —se lee en No soy yo— en un país donde el debate ha sido remplazado por el cahuín o por la arenga autoritaria”.
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