Nunca acaricies a un perro en llamas
1945. Son las ocho quince de una mañana de agosto en Japón. Podría ser un día como cualquier otro, pero una fuerza inexplicable arremete contra la vida y la muerte del pueblo japonés. Así comienza el viaje de un grupo de personas que deambularán en medio de la incertidumbre. La pequeña Sumi mastica su goma de mascar, la joven Kumiko descansa en la espalda de Masato, quien lleva su katana siempre al filo de sus dedos,
y Cristo, su perro, camina leal a su lado mientras la pregunta inevitable se alza sobre cada uno de ellos: «¿estamos vivos?».
La narrativa de Alberto Gallo propone un diálogo entre la imaginería de Japón y la trama inconfundible de Juan Rulfo, en un encuentro bello y dolorosamente humano que une al Sol naciente con Occidente
y con el resto del mundo.
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