Yo, Norma Desmond
Un malestar sordo y sórdido bulle en el trasfondo de las imágenes y las frases que van precipitándose sin tregua en la mente. Hacer algo con ese malestar, que sería el de un estado civilizatorio, sino algo más de fondo: más en Yo, Norma Desmond que en otros libros de Cristián Gómez Olivares, a ese llamado parece estar respondiendo su escritura. Poesía política, en tanto negativa a desconocer lo que de radicalmente político insiste en el drama humano. Habría como un eco del Pound de los Cantos: este tiempo es todos los tiempos, remite a todos, los convoca, lo que está en juego en el fondo es lo mismo. Como si Gómez Olivares hubiera pegado fragmentos de distintas películas (no encuentro mejor analogía) que, sin que se alcance a reconocer por qué, se vinculan y arman por pura continuidad una inesperada sucesión. Las heterogéneas realidades que, una tras la otra, hacen ver los poemas, así, a los saltos, por irrupciones, despiertan e inquietan tanto como atienden a nuestra necesidad de experiencia sensible y de encuentro con el mundo. Me asombra, en todo caso, la responsabilidad extrema con que Gómez Olivares se pone a hacer lo suyo en ese terreno incierto, la apertura de conciencia y la voluntad de lucidez que trasuntan estos escritos. Y la sagacidad o sensibilidad con que detecta los hechos que van a ser materia del poema y las palabras que hacen falta para presentarlos. Nada que sea previsible, nada que se limite a informar o declarar, nada hay de jueguito para la tribuna: una interminable, literalmente interminable, experiencia de lectura en la que por suerte hay que poner mucho en juego, incluida la capacidad de extrañarse, conjeturar, descubrir, reflexionar, a la que a algunos lectores nos gusta todavía darle chance.
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